miércoles, 28 de febrero de 2018

Los Escolapios


En aquellos años, nos visitaba con frecuencia mi tío Ricardo, padre Escolapio. Él había sido trasladado del colegio de Granada al colegio de Sevilla en 1941, y cada vez que venía a casa se suscita el mismo tema: mi hermano y yo teníamos una edad en la que no podíamos permanecer más tiempo sin estar escolarizados. Y se tomó la decisión; mi hermano y yo ingresamos en el colegio de los Escolapios, uno de los más prestigiosos de la ciudad.
Al escribir estas líneas recuerdo las vivencias más hermosas de mi vida; tal vez sea más lo callado que lo que pueda escribir o añadir a esta, mi historia, en el colegio. Pero como antiguo alumno me siento obligado a comentar lo que conozco de la historia de los Escolapios de Sevilla. Este gran colegio Calasancio Hispalense, actualmente ubicado en Montequinto, estuvo situado durante ochenta y siete años en la plaza de Ponce de León. Su fecha de fundación fue el 8 de enero de 1888, aunque ya hubiera clases desde el mes de noviembre anterior. El padre Francisco Cleh Margall fue su fundador.
En los doce años del siglo XIX, pasaron por el colegio setenta escolapios camino de aquellas fundaciones americanas. En 1887, los Escolapios adquirieron el entonces Palacio de Justicia de Sevilla, en la plaza de Ponce de León. Se traspasaba del palacio de los Duques de Osuna, vendido por ellos a la poetisa Gertrudis Gómez de Avellaneda, y por ella a Saturnino Fernández de la Peña, quien lo arrendó a la Audiencia. En este edificio, como hemos dicho, radicó el colegio durante ochenta y siete años. En 1973 se trasladó al nuevo emplazamiento del barrio de Montequinto.
Fue este un colegio de decencia y de misterio. Los padres Escolapios gozaban del cielo que se veía por sus rejas, y tenían la parsimonia de los que saben que la infancia es una primavera que se repite como los brotes y las flores nuevas de sus jardines, y las macetas que decoraban sus ventanas. Hoy, en 1998, cuando esto escribo y recuerdo, su historia, y al cumplirse más de un siglo de su fundación, pienso cuántos alumnos y alumnas se habrán acercado y siguen acercándose a sus aulas a recibir la educación, la piedad, la fe y el amor que los Escolapios saben repartir, pues son los Escolapios de siempre, y siempre es también mañana.
Fueron alumnos distinguidos algunos de los que pasaron por sus aulas, como Luis Cernuda, Cardenal Segura, Laffón, Blas Infante, Gargancho, Cansinos Assens, Bueno Monreal, Antonio Ordoñez y tantos, y tantos alumnos que un día, parte de su vida estuvo ligada a aquella comunidad.
         El año que yo dejé el colegio contaba con 1429 alumnos entre bachillerato, primaria, gratuitos e internos; había entonces 24 profesores y 25 padres Escolapios.
         Mi historia y mi estancia en el colegio revive con nombres y anécdotas soledades, sueños, suspensos y enseñanzas; pero hoy, después de haber transcurrido tantos años, siento dentro de mí una enorme alegría. No fue solo la educación y la formación lo que me inculcaron en este colegio, sino una herencia que siempre posees y disfrutas porque no puedes venderlo a nadie, pero sí puedes transmitirla sin que te des cuenta. Esa herencia consiste en estar convencido de que eres hijo de Dios y que Dios te ama, y uno tiene que amar con todas las consecuencias y todo lo demás; la defensa de la verdad, la honradez, el testimonio, la disciplina, la libertad, el respeto… serán medios que te ayudarán a amar a todos.
         Otro de los sueños, o mejor dicho, otro de mis deseos que descubrí en el colegio, fue el haber vestido la sotana calasancia. Llegué a sentir el germen de la vocación y ansiaba haber ingresado en el noviciado del mismo colegio. No olvidaré nunca aquella comunidad de padres Escolapios, empezando por mi tío Ricardo. Yo podría ahora nombrar a todos y cada uno de ellos por sus nombres, de los que aprendí consejos que quedaron marcados para siempre. En mi recuerdo queda la devoción y el cariño a la virgen de las Escuelas Pías y a San José de Calasanz.
         Cómo olvidar aquel palacio de Osuna, sede del colegio desde el siglo XIX; aquella escalera imperial, paso obligado para los internos; la entrada principal del colegio; las galerías altas del patio del Sagrado Corazón; el colorido de los geranios en las macetas trianeras; el perfume de la dama de noche; los patios blancos de cal, que te cegaban cuando los atravesabas a mediodía; aquellas verjas que se alzaban altivas y gloriosas; las rosas y jazmines trepaban como locas por el patio de la Virgen; las aulas se llenaban de las tablas cantadas y de las risas que se cruzaban cuando marchábamos en fila. Los viejos óleos de los salones; las fotos de las orlas; las antiguas cerámicas de las galerías; las imágenes; los muebles de Osuna; aparatos de física, pupitres, publicaciones; macetones antiguos y la iglesia, con acceso al colegio; hoy iglesia de los Terceros.
         Me gustaría, para terminar, señalar que en la historia de este colegio calasancio, se daba enseñanza gratuita a más de 500 alumnos de primera y segunda enseñanza. Esta es la imagen que me queda de aquellos años que disfruté siendo alumno de este colegio de padres Escolapios de Sevilla.
Vacaciones 1947. Campos de Baeza. El tio Ricardo, mi hermano y yo


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