En aquellos años, nos visitaba con frecuencia mi
tío Ricardo, padre Escolapio. Él había sido trasladado del colegio de Granada
al colegio de Sevilla en 1941, y cada vez que venía a casa se suscita el
mismo tema: mi hermano y yo teníamos una edad en la que no podíamos permanecer
más tiempo sin estar escolarizados. Y se tomó la decisión; mi hermano y yo
ingresamos en el colegio de los Escolapios, uno de los más prestigiosos de la
ciudad.
Al escribir estas líneas recuerdo las
vivencias más hermosas de mi vida; tal vez sea más lo callado que lo que pueda
escribir o añadir a esta, mi historia, en el colegio. Pero como antiguo alumno
me siento obligado a comentar lo que conozco de la historia de los Escolapios
de Sevilla. Este gran colegio Calasancio Hispalense, actualmente ubicado en
Montequinto, estuvo situado durante ochenta y siete años en la plaza de Ponce
de León. Su fecha de fundación fue el 8 de enero de 1888, aunque ya hubiera
clases desde el mes de noviembre anterior. El padre Francisco Cleh Margall fue
su fundador.
En los doce años del siglo XIX,
pasaron por el colegio setenta escolapios camino de aquellas fundaciones
americanas. En 1887, los Escolapios adquirieron el entonces Palacio de Justicia
de Sevilla, en la plaza de Ponce de León. Se traspasaba del palacio de los
Duques de Osuna, vendido por ellos a la poetisa Gertrudis Gómez de Avellaneda,
y por ella a Saturnino Fernández de la Peña, quien lo arrendó a la Audiencia.
En este edificio, como hemos dicho, radicó el colegio durante ochenta y siete
años. En 1973 se trasladó al nuevo emplazamiento del barrio de Montequinto.
Fue este un colegio de decencia y de
misterio. Los padres Escolapios gozaban del cielo que se veía por sus rejas, y
tenían la parsimonia de los que saben que la infancia es una primavera que se
repite como los brotes y las flores nuevas de sus jardines, y las macetas que
decoraban sus ventanas. Hoy, en 1998, cuando esto escribo y recuerdo, su
historia, y al cumplirse más de un siglo de su fundación, pienso cuántos
alumnos y alumnas se habrán acercado y siguen acercándose a sus aulas a recibir
la educación, la piedad, la fe y el amor que los Escolapios saben repartir,
pues son los Escolapios de siempre, y siempre es también mañana.
Fueron alumnos distinguidos algunos de
los que pasaron por sus aulas, como Luis Cernuda, Cardenal Segura, Laffón, Blas
Infante, Gargancho, Cansinos Assens, Bueno Monreal, Antonio Ordoñez y tantos, y
tantos alumnos que un día, parte de su vida estuvo ligada a aquella comunidad.
El
año que yo dejé el colegio contaba con 1429 alumnos entre bachillerato,
primaria, gratuitos e internos; había entonces 24 profesores y 25 padres
Escolapios.
Mi
historia y mi estancia en el colegio revive con nombres y anécdotas soledades,
sueños, suspensos y enseñanzas; pero hoy, después de haber transcurrido tantos
años, siento dentro de mí una enorme alegría. No fue solo la educación y la
formación lo que me inculcaron en este colegio, sino una herencia que siempre
posees y disfrutas porque no puedes venderlo a nadie, pero sí puedes
transmitirla sin que te des cuenta. Esa herencia consiste en estar convencido
de que eres hijo de Dios y que Dios te ama, y uno tiene que amar con todas las
consecuencias y todo lo demás; la defensa de la verdad, la honradez, el
testimonio, la disciplina, la libertad, el respeto… serán medios que te
ayudarán a amar a todos.
Otro
de los sueños, o mejor dicho, otro de mis deseos que descubrí en el colegio,
fue el haber vestido la sotana calasancia. Llegué a sentir el germen de la
vocación y ansiaba haber ingresado en el noviciado del mismo colegio. No
olvidaré nunca aquella comunidad de padres Escolapios, empezando por mi tío
Ricardo. Yo podría ahora nombrar a todos y cada uno de ellos por sus nombres,
de los que aprendí consejos que quedaron marcados para siempre. En mi recuerdo
queda la devoción y el cariño a la virgen de las Escuelas Pías y a San José de
Calasanz.
Cómo
olvidar aquel palacio de Osuna, sede del colegio desde el siglo XIX; aquella
escalera imperial, paso obligado para los internos; la entrada principal del
colegio; las galerías altas del patio del Sagrado Corazón; el colorido de los
geranios en las macetas trianeras; el perfume de la dama de noche; los patios
blancos de cal, que te cegaban cuando los atravesabas a mediodía; aquellas
verjas que se alzaban altivas y gloriosas; las rosas y jazmines trepaban como
locas por el patio de la Virgen; las aulas se llenaban de las tablas cantadas y
de las risas que se cruzaban cuando marchábamos en fila. Los viejos óleos de
los salones; las fotos de las orlas; las antiguas cerámicas de las galerías;
las imágenes; los muebles de Osuna; aparatos de física, pupitres,
publicaciones; macetones antiguos y la iglesia, con acceso al colegio; hoy
iglesia de los Terceros.
Me
gustaría, para terminar, señalar que en la historia de este colegio calasancio,
se daba enseñanza gratuita a más de 500 alumnos de primera y segunda enseñanza.
Esta es la imagen que me queda de aquellos años que disfruté siendo alumno de
este colegio de padres Escolapios de Sevilla.
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